miércoles, 14 de agosto de 2013


 
 
DOMINGO XX C.Dia 18 de agosto

 

A simple vista nos parecen chocantes algunas expresiones de Jesucristo, que recoge este evangelio. La primera: “ He venido a prender fuego a la tierra”, y esta otra "¿Pensais que he venido a traer paz.. a la tierra? No, sino división".

Pensemos en la primera, la del fuego.¿De qué fuego se trata? Del fuego que arde en el corazón de Cristo, es decir, del amor divino que ha prendido en el corazón humano de Cristo. Desde el momento de la Encarnación, la humanidad de Cristo participa del fuego amoroso e infinitamente intenso del mismo Dios, Con ese fuego nos ama Cristo. De su corazón no salen tibios rayos de amor, sino rayos de amor de una intensidad indecible, sobrenarural, divina. Ese mismo fuego de amor quiere Cristo que arda en nuestros corazones. Quiere comunicarnos, por el Espíritu Santo, su misma intensidad y capacidad de amar. De amarle a El en primer lugar, en lógica reciprosidad. Por el Espíritu Santo, Jesús quiere inflamar la llama de amor viva en el centro más profundo de la sustancia de nuestra alma.

 Ese es el fuego que Cristo quiere que transmitamos en nuestras obras de caridad. La caridad, como el fuego, conoce distintas intensidades. Dios quiere que en la tierra se conozca y se experimente la intensidad máxima de la caridad, la misma intensidad con que El es amado por el Padre, y con la msma intensidad con que el Padre nos ama como a hijos, que es la que se da en los santos.

Vayamos ahora a la otra frase de Jesús:”No he venido a traer la paz a la tierra sino la división”. La clave está en lo que se entiende por paz. Si se entiende en el sentido de connivencia con todo, como si todo diera lo mismo, esa no es la paz que  nos ofrece  Cristo, sino la paz como concordia en el amor, como respeto a la condición fundamental de nuestra dignidad de hijos de Dios y hermanos. Vino a traernos la palabra de Dios, la presencia de Dios que es amor.- Alguno de sus oyentes no aceptaron su mensaje, otros sí. Por eso hubo división. Y eso ocurrió entonces, y sigue ocurriendo en todos los tiempos. Hay tantos que aborrecen a los buenos, a los santos. Ya el apostol San Juan lo advertía: “No os sorprenda de que el mundo os aborrezca". Es que el amor, la bondad, la justicia, el sacrificio irritan a los que practican lo contrario. No pueden soportar que otros se comporten de distinta manera que ellos; se ven desautorizados cuando aparece alguien cuyas obras son rectas y buenas.

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