miércoles, 20 de marzo de 2013








DOMINGO DE RAMOS.Dia 24 de marzo 2013

  En este domingo comenzamos la semana santa. En la liturgia, y con las procesiones, vamos a revivir interiormente el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo por nuestra salvación.

   He ahí la cuestión, el reto ante el que nos encontramos como creyentes. Nuestra posición personal frente al misterio, que este drama de Jesucristo contiene, significa y renueva, el misterio de nuestra salvación. Misterio profundo, ante el que nos posicionamos creyendo y amando a Jesucristo, superando las insondables razones que nos puedan asaltar cuando nos preguntamos ¿ por qué aceptó Jesús sufrir tanto dolor? ; ¿por qué  tenemos que cargar cada uno con su cruz?; ¿ por qué tanto dolor en el mundo?

       Misterio, en el cual el dolor, que parece enemigo inútil de nuestra existencia, se transforma en valor precioso de nuestro rescate del pecado. Misterio de la muerte victoriosa de Jesús, que derrotó la muerte con el triunfo de adquirir, por su resurrección, una forma de vida nueva y superior, que perdura en el tiempo, y que nos transmite a los creyentes por la fe y los sacramentos que recibimos de la Iglesia.¡ La cruz es el arbol de la vida!

        La multitud según el Evangelio de este domingo de Ramos, aclamó a Jesús diciendo: “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor”. También nosotros, participando en la liturgia, le aclamamos con ramos en las manos, porque vemos en Jesús aquel que viene  en nombre de Dios para salvarnos del pecado, del mal, y de la muerte eterna. En Jesús reconocemos que nos trae la presencia de Dios, la compañía de Dios, la amistad de Dios.

         Esta aclamación a Jesús, el dia de los Ramos, ha llegado a ser con razón en la Iglesia la aclamación a Aquel que, en la Eucaristía, viene a nuestro encuentro en un modo nuevo. Aclamamos a Aquel que, en carne y sangre, se nos da siempre que le deseamos con fe y amor, y le recibimos en la Eucaristía.

          ¡Bendito el que viene, para fundar un reino de paz en este mundo desgarrado con tantas guerras y calamidades, de los que somos culpables los mortales! Seguimos padeciendo los mismos males que Jesucristo vino a desarraigar: la impiedad, la hipocresía, la maldad, la delincuencia, la crueldad, la vileza, la debilidad humana. ¡Sin Dios todo puede llegar a ser lícito, cuando  los humanos no saben distinguir el bien del mal!

            Por eso aceptamos con inefable alegría el encuentro con Cristo en esta Semana Santa.

 

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