martes, 31 de julio de 2012







ES BIEN ESTEIS MIRANDO CON QUIÉN HABLAIS Y QUIÉN SOIS

En este capítulo 22 de Camino Madre Teresa se propone responder a la pregunta ¿qué es oración? Y su respuesta es sencilla y viva: oración es caer en la cuenta de un quién con otro quién.

La oración cristiana es un encuentro auténtico y personal con Dios: “No es otra cosa, oración mental,  a mi parecer, que tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Madre Teresa se detiene en la relación de amistad entre dos amigos. Pero mucho más importante que las palabras que se digan o el protocolo que se deba observar, son las personas, los amigos: tomar conciencia del “quién con quién”. Caer en la cuenta, al momento de ponerse a orar, de “con quién va a hablar y quién es el que habla”.

Y, como es lógico, Teresa presta más atención al Otro que a ella misma. Porque en realidad, de eso se trata, de entrar en la esfera de Dios, de estar en su presencia, de su persona y de su misterio. Así, en la oración, se produce el regreso a lo fundamental del acto religioso: el hombre está ante Dios, el hombre está con El y en El. Lo que importa es “ entender y ver que hablo con Dios, con más advertencia que a las palabras que digo”. Porque, “hablando con tan gran Señor, es bien estéis mirando con quién habláis y quién sois vos”. La escuchamos:

Sabed, hijas, que no está la falta para ser o no ser oración mental el tener cerrada la boca: si hablando estoy enteramente entendiendo y viendo que hablo con Dios con más advertencia que en las palabras que digo, junto está oración mental y vocal. Salvo si no os dicen que estéis hablando con Dios rezando el pater noster y pensando en el mundo; aquí callo. Mas, si habeis de estar, como es razón se esté, hablando con el gran Señor, que es bien estéis mirando con quién habláis y quién sois vos.
Pues ¿qué es esto, Señor mio? ¿Qué es esto, mi emperador? ¿Cómo se puede sufrir?. Rey sois, Dios mio, sin fin, que no es reino prestado el que teneis. Cuando en el Credo se dice “vuestro reino no tiene fin”, casi siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor, y vendígoos para siempre; en fin, vuestro reino durará para siempre. Pues nunca vos, Señor, permitáis se tenga por bueno que quien fuere a hablar con vos sea sólo con la boca (CP 22, 1-2).

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