jueves, 17 de mayo de 2012

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN:

  Acabamos de escuchar las palabras con las que Jesús se despidió de los apóstoles:”Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo. Que vendrá sobre vosotros, y sereis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” Y, dicho esto, “fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos”.
El verbo “elevar” tiene un  significado propio en los libros del Antiguo Testamento. Se emplea en la toma de posesión de la realeza, por ejemplo, cuando David es elevado al trono de rey. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre, crucificado y resucitado, de la realeza de Dios sobre el mundo.
Fue elevado al cielo. La palabra “cielo” no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo sublime. “Cielo” es estar con Dios. El cielo se encuentra donde está Dios: donde Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo.- Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto la fiesta de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.
Los apóstoles se volvieron a Jerusalén “con gran gozo”. ¿Cuál era la causa de su alegría? La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido, en realidad, una separación, una ausencia permanente del Señor;  sino en la certeza de que el crucificado-Resucitado estaba vivo, y en él se habían abierto las puertas de Dios para estar con los hombres.
Este es el misterio de la Ascensión de Jesús, que hoy celebramos: no implicaba su ausencia temporal del mundo, sino que más bien inauguraba la forma nueva, definitiva y perenne de su presencia. En virtud de su  participación en el poder regio de Dios.
A partir de aquel momento, sus discípulos, llenos  de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, empezaron a difundir la presencia de Jesucristo Viviente, con el testimonio y el anuncio con su mensaje.- También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que del monte de los Olivos se marcharon “con gran gozo”.-Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según San Marcos: “ He aquí que yo estoy con vosotros todos los dÍas hasta el fin del mundo”.
Esta es la misión de la Iglesia. La iglesia encuentra la razón de su ser y de su misión en manifestar  la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su Espíritu.-La solemnidad de este día nos exhorta a fortalecer nuestra fe en la presencia real de Jesús en la historia, en la propia vida de cada uno de nosotros;  fiesta que nos conduce directamente al corazón de Dios.

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