martes, 24 de abril de 2012




EL VERDADERO AMADOR DE DIOS HA DE RENDIR EL CUERPO AL ESPÍRITU

Pasamos al capítulo 12 de Camino. Teresa desarrolla dos consignas fuertes: que el amador auténtico tiene en poco la vida y que no se le da nada la honra.


Teresa sigue el Evangelio al pie de la letra:”Quien no da la vida, la pierde”: y es el mismo Jesucristo, “ quien en su sabiduría infinita nos trae a que lo dejemos todo por Él”,

Teresa ha sentido la vida intensamente y, por sus enfermedades, ha estado a la puerta de la muerte, pero, al propio tiempo, ha ido conquistando el triunfo sobre la angustia y la espera gozosa del desenlace. Desde su confianza en Dios, por el que se siente guiada en todo momento. Desde su experiencia vital, dice a sus monjas y sus lectores que lo menos que podemos ofrecerle a Dios es la voluntad y la vida. Que todo lo que tiene fin, no hay que hacer caso de ello; que “toda es corta la vida y algunas, cortísimas”. Aquellas doce monjas pioneras de San José, y cualquier otro no serán amador auténtico ni verdadero orante, si no se proponen vivir lo que dijo Jesús en el Evangelio; “dar la vida para ganarla”. La escuchamos:


Vamos a otras c osas que también importan tanto, aunque parecen menudas. Trabajo grande parece todo –y con razón-. Porque es guerra contra nosotros mismos; mas, comenzándose a obrar, obra Dios tanto en el alma y hácela tantas mercedes, que todo le parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. Y pues las monjas hacemos lo más, que es dar la libertad por amor de Dios poniéndola en otro poder, y pasan tantos trabajos, ayunos, silencio, encerramiento, servir el coro, pues ¿por qué nos hemos de detener en mortificar lo interior, pues en esto está el ir todo esotro muy más meritorio y perfecto, y después obrarlo con más suavidad y descanso?.



Esto se adquiere con ir, como he dicho, poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aún en cosas menudas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu. Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad,¿qué teme? (CP12,1-2).







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