jueves, 5 de mayo de 2011

EL RESUCITADO ACOMPAÑA A LOS DOS DE EMAÚS. Domingo 8 mayo




DOMINGO III PASCUA

En el Evangelio hemos escuchado otra aparición de Jesucristo resucitado. Se aparece a dos discípulos suyos, que en la tarde de un domingo regresan desde Jerusalén a su pueblo natal llamado Emaus. Estos discípulos no creían en lo que el Señor les había prometido en diversas ocasiones: que, después de muerto, resucitaría. No esperaban nada detrás de la muerte de nadie. Como pesimistas, siempre les parece lógico que las cosas acaben mal siempre. Por eso iban tristes por el camino. Lo mismo les ocurría a otros discípulos.

Y de pronto, les sale un caminante que se une a ellos en el camino. No le reconocieron, ni podían reconocerle. Y no le reconocieron, porque tenían los ojos velados por la tristeza. La tristeza surge del pesimismo, de la ceguera para ver lo bueno de la vida. No es que estemos tristes porque no vemos; es que no vemos porque , antes, estamos tristes. El optimista cree que los hombres son buenos, e infunde alegría. El pesimista cree que los hombres son malos, y siempre está triste.
El caminante se lo reprocha claramente ¿ De qué vais hablando, que estais tristes? Y ellos le contestan, con toda incredulidad: “Nosotros esperábamos que Jesucristo sería quien rescataría Israel. Pero ya van tres dias desde que murió, y con ello se acabó todo”.


Ellos saben que unas mujeres habían ido al sepulcro y lo habían encontrado vacío…,pero a eso no habían hecho caso, porque pensaron que era “cosa de mujeres”. Algo habían oido también a algunos compañeros, pero tampoco lo creían. Como a ellos no se les había aparecido, deducían que no había resucitado. Eran unos orgullosos: tenían que ser ellos los que marcaran las condiciones y a quién y cómo tenía que manifestarse el Resucitado.

Y, al fin, se aparece también a ellos. Le tenían delante y no le reconocían, porque estaban tristes y porque eran unos pesimistas. Antes tendrá que calentarse su corazón y su esperanza, para ser dignos de verle. La voz del caminante se hace cálida, persuasiva y afectiva. Ponía toda su alma en lo que decía. Le oían admirados de su sabiduría y de su amor. Y poco a poco se les fue calentando el corazón y se les fueron abriendo los ojos del alma. Y a un mismo tiempo iban sintiéndose avergonzados y felices. Avergonzados, por su falta de fe, por su corta inteligencia y esperanza. Y felices, porque su esperanza iba poco a poco renaciendo. La palabra de Dios les iba transformando.


Y llegaron al pueblo al que iban, y el acompañante se despidió de ellos, dispuesto a seguir su camino, y que ellos se quedaran en sus casas. Pero ellos le ofrecieron alojamiento.El amor y la alegría les conduciría a la fe.

Este diálogo de Jesús con ellos es la manera que tiene de obrar Jesús. No se impone; se propone y se ofrece a sí mismo. El nos deja siempre libres, Dios es humilde. Está en medio de nosotros, como uno que sirve. Dios es como un compañero fiel, que no vocea, sino que sugiere bajito al corazón. Resulta fácil tapar su voz. Dios nos acompaña de buena gana por el camino de la vida, pero le gusta que le invitemos a quedarse con nosotros, a entrar en la casa de nuestra interioridad, de nuestra intimidad. Lo mismo que hicieron aquellos discípulos suyos camino de Emaus.

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Cuando ya había aceptado quedarse con ellos, le invitan a sentarse a la mesa y a cenar con ellos. Fue entonces cuando el desconocido tomó el pan, lo bendijo y lo partió. Hizo lo mismo que hubiera hecho cualquier israelita piadoso. Pero lo hacía de un modo que fue para ellos como el descorrimiento de un velo. Le miraron, se miraron y descubrieron que era El, Jesucristo resucitado que se había aparecido a ellos.Recordaron en un solo relámpago que era verdad lo que les había prometido en sus discursos: que al tercer día resucitaría.- Y de pronto, Jesús desapareció de su vista. Pero la alegría de saberle vivo, era más fuerte que la de verle con los ojos de la cara. A Dios no le gusta ser conocido por miedo o por interés, o a la fuerza. Le gusta ser conocido por amor, por la alegría de creer en El.

Avivemos nuestro amor y nuestra fe en Jesucristo resucitado, que vive en la Iglesia y en cuantos creemos en El y le amamos de verdad, seguros de que experimentaremos la paz y el gozo íntimo, que sólo El puede darnos.

Gozo y paz que oido al Resucitado para mí y para todos cuantos creeis en Él, el que Vive perpetuamente. Nicolás González

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