martes, 16 de noviembre de 2010

HACED VOS, SEÑOR, LO QUE QUISIÉREIS



El que inicia una vida de oración, ha de caer en la cuenta de que, desde el principio, no busca su contento, sino contentar a Dios. A partir de esa decisión, la vida de Teresa dió un vuelco total,


Experimentó una transformación interior desde la que vió irradiar el esplendor de la belleza de una manera insospechada.


Seguimos el simil del alma como un huerto, en el que se cultiban plantasy flores para deleite de su Dueño, Dios. Pero importa descubrir en el mensaje de santa Teresa que la vida de oración se organiza entre dos protagonistas, en los que todo es común. Teresa se complace en dar gusto a Dios, y Dios se complace en dar gusto a Teresa.


En esa vida íntima de relaciones mutuas, Teresa logra un autodominio de su afectividad, hasta el punto de que ya no hará ningún caso de si pasa por consuelos o por desconsuelos, porque en todo se conforma por quererlo así el Otro. La prueba más clara del amor auténtico es amar siempre, aunque no se vea correspondido. La belleza del amor y su recompensa es el amor mismo.


Observemos detenidamente lo que experimenta Teresa, en los comienzos de su vida de oración:


Si El quiere que crezcan estas plantas y flores, a unos con dar agua que saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da a mí? Haced Vos, Señor, lo que quisiéreis. No os ofenda yo. No se pierdan las virtudes, si alguna me habeis ya dado por sola vuestra bondad. Padeced quiero, Señor, pues Vos padecisteis. Cumplase en mí de todas maneras vuestra voluntad; y no plega a Su Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor se dé a gente que os sirva sólo por gustos.


Se ha de notar mucho, y lo digo porque lo sé por experiencia, que el alma que en este camino de oración mental comienza a caminar con determinación, y puede acabar consigo de no hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten estos gustos y ternura, o la dé el Señor, que tiene andado gran parte del camino.


Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece, porque va comenzado el edificio en firme fundamento. Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas, ni estos gustos y ternura, que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos; sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad.


Teresa de Jesús

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